Hago este relato la víspera de las elecciones generales, pero cuando vosotros lo leáis ya habrá pasado todo. Quizás, incluso, ya se haya concretado algún pacto. Quizás hayamos soltado algún que otro resoplido de alivio o quizás tengamos pesadillas nutridas por el recuerdo de tiempos pasados que no siempre fueron mejores.
¿Y qué puede causar toda esta desazón? Ya podéis imaginaros: la aparición de un partido ultraderechista cuyo nombre no pienso citar. Son aquellos que niegan la violencia de género, los derechos LGTBIQ+, los derechos de los migrados y el cambio climático. Pero su auténtico objetivo es aniquilar las nacionalidades históricas, especialmente la catalana. De hecho, ya estaban, han estado siempre; omnipresentes pero en letargo. Han salido de su caparazón, han hecho eclosión, han salido de su armario lleno de carcoma, totalmente legitimados, sin vergüenza, con orgullo. El objetivo es uno: ir en contra del independentismo, el catalán concretamente. Y ya que estamos puestos (piensan ellos) recuperemos el resto del imaginario franquista. Poned todo en una coctelera, agitar bien y salen ellos, con carcoma incluida.
Vamos a los hechos. Me he leído su programa electoral y, a priori, podría estar de acuerdo con algunos de sus puntos. ¿Por qué no? Por ejemplo, proponen bajar el IVA de productos esenciales, bajar las cuotas de la seguridad social y recuperar la deducción por inversión en la vivienda habitual en la declaración de la renta. El papel lo aguanta todo, siempre se ha dicho. ¿Pero de dónde piensan sacar el dinero para sostener el sistema? Pues del ahorro que supondría la supresión de las autonomías, por ejemplo. ¡Y es que nada sale gratis!
Durante esta campaña electoral, todos los partidos, excepto uno muy cercano a ellos, la principal proclama ha sido poner de manifiesto lo que nos espera si estos indeseables llegan a ser decisivos y puedan formar un gobierno con sus vecinos ideológicos. Nos han avisado de las consecuencias y tenemos una muestra muy reciente con la formación de diferentes gobiernos autonómicos como el de las Islas Baleares o Valencia y algunos ayuntamientos. El caso de Burriana, con la cancelación de la suscripción de cinco revistas catalanas, ha sido la imbecilidad más sonada de este grupo de energúmenos testosterónicos. Es sólo un pequeño ejemplo de lo que pueden llegar a hacer donde obtengan poder, y espero que este hecho sea sólo una pequeña meada para marcar territorio, aunque esta decisión es grave.
Pero, ¿realmente son tan peligrosos? Hay quien opina que sí y prevé una retrocesión hacia esos años de dictadura. La realidad es que muchas de sus propuestas no podrán realizarse. Por ejemplo, es muy difícil que se puedan cargar las autonomías, para ello debería hacerse una reforma de la Constitución y con las actuales mayorías esto no sería posible. Lo que sí pueden hacer es ir vaciando de competencias estas mismas autonomías. Ellos proponen que, de momento, las competencias en Educación, Sanidad, Seguridad y Justicia vuelvan a los ministerios españoles. ¿Lo conseguirían si forman una mayoría absoluta?
Otra de sus propuestas estrella de su programa es la que dice que van a ilegalizar a los partidos y entidades que persigan la destrucción de la unidad territorial del estado. Si llegan al poder, tendrán trabajo. O sea, que de entrada se pueden cargar varios partidos catalanes y de otros territorios. ¿Y bajo qué premisa? La de contener un ideario que no se aviene a la Constitución. Pero, ¡ay! Ellos también llevan en su programa contenido irrealizable que, por el momento, protege esta misma Constitución. Por ejemplo, eso de cargarse las autonomías, que ya lo dice claro el artículo 2: "se garantizará el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integren".
Y miren si somos democráticos, que escandalizados como estamos, no nos atrevemos ni a insinuar que, tal vez, sea ese partido cuyo nombre no quiero mencionar, el que sería un verdadero candidato a ser ilegalizado. ¿Y por qué no ha salido ningún partido, ninguna entidad, nadie que haga esta propuesta? Al parecer, las ideas no constituyen en sí mismas un delito. El delito es llevar a cabo alguna. Por ejemplo, no es delito si yo misma pienso que quisiera matar a alguien, ni siquiera si lo digo en voz alta. El delito es si lo hago. Si mato a alguien. Por eso pienso que sería difícil intentar sacarlos del mapa político de esta manera. ¿Y cómo debemos hacerlo? ¿Debemos permitir que continúen con su afán de ejecutar la regresión democrática que proponen en nombre de la “una, grande y libre”? Pues se podría decir que sí, que somos tan democráticos todos que, mientras no cometan un delito, debemos dejarlos hacer. Eso sí, ¡protestaremos muy fuerte!
Tengo la ligera impresión de que el tiempo los pondrá en su sitio. Han nacido como reacción visceral a los eventos del uno de octubre. Y se han alimentado de la alergia que les provocan las leyes progresistas que se han aprobado en los últimos tiempos. Son aquellos que representan a quienes no comprenden ni comprenderán nunca que haya un país que quiera autodeterminarse. Son tan orgullosamente españoles que no conciben que haya un territorio que no quiera serlo. Para ellos no es posible, su ego no les deja ver más allá de su ombligo y reaccionan con violencia. Son aquellos que no han permitido que buena parte de la sociedad española haya efectuado un proceso de intento de empatía, de intentar entender por qué muchos nos queremos ir. No han venido a preguntarnos nuestros motivos. Simplemente, nos prohíben irnos y nos amenazan. Me recuerda a aquella mujer que quiere dejar a su marido y que éste, que no quiere, en vez de recurrir a las palabras, a la comprensión, al afán de mejorar, a la seducción quizás, acaba matándola: o es mía, o no es de nadie.