TRACTORADAS

01/03/2024
Carme Ferrando i Callís

Este pasado mes de febrero hemos sido testigos de la revuelta de los agricultores, una crisis que se viene gestando desde hace tiempo y que finalmente, ha estallado con una intensidad inesperada. Lo que más nos ha sorprendido ha sido la contundencia de sus protagonistas. En todo el estado español han abundado las tractoradas y otras acciones de protesta, que, sin duda, han provocado el caos en más de una carretera. Algo sí nos ha quedado claro: el sector agrícola y ganadero ya no puede más. Y por si alguien no se da cuenta, si ellos sufren, nosotros también lo haremos.

 

Cuando escuchamos las demandas de los agricultores, la pregunta que más nos viene a la mente es: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Tengo la impresión de que los agricultores han sufrido el síndrome de la rana hervida, aceptando gradualmente todas las dificultades que ahora nos plantean. Hasta que ha llegado un punto, justo antes de que la rana muera hervida, en el que se han rebelado. Justo antes.

 

Lo que más me ha impactado de todos estos agravios, por incomprensible y aberrante, ha sido la cuestión de la burocracia. Tengo la sensación de que los agricultores no pueden dar un paso en sus propiedades sin tener que notificarlo a la administración. Incluso tienen que pedir permiso si quieren arrancar una cepa muerta y replantar otra. Es una auténtica vergüenza la cantidad de papeleo que tienen que llenar. ¿No es suficiente que tengan que trabajar muchas horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año, que aún tengan que añadir un mínimo de dos horas al día para llenar papeleo? ¿Quién demonios decide estas cosas? ¿Y para controlar, qué?

 

Sin embargo, siento que estas protestas también me interpelan. A mí y a toda la población; nadie queda fuera. Yo, que no soy del gremio, me pregunto, ¿qué podemos hacer nosotros, que somos sus vecinos, para ayudarlos? Hay consignas claras: compren producto local. Pero aunque nos esforcemos en hacerlo, parece poca cosa. Y digo “esforcemos” porque para el consumidor es muy difícil discernir de dónde provienen los alimentos que compramos y comemos. Las frutas y verduras a menudo solo llevan información del país de origen. Pero cuando veo “España” en una etiqueta de una caja de manzanas, no sé si vienen de Galicia o de Sant Pere Pescador. El problema radica en el etiquetado. ¿Pero qué más podemos hacer?

 

A pesar de las recientes manifestaciones y los compromisos obtenidos de las administraciones, hay la sensación de que estamos ante una tormenta que pasará a pesar de las cada vez más espaciadas protestas. Tengan en cuenta que estoy escribiendo estas líneas a finales de febrero, y ojalá, tenga que comerme mis propias palabras con patatas (de proximidad, claro). Pero temo mucho que, como pasa a menudo, una noticia de hoy se come la de ayer. Seguramente, los políticos, centrados a menudo en la política de apagar fuegos, tienen hoy nuevos fuegos que apagar y de los de ayer poco se acuerdan. Y mañana tendrán otros. Y queda solo un sentimiento de impotencia.