El último informe PISA ha dejado a la comunidad educativa catalana horrorizada. Me ha sorprendido tanta sorpresa. Sorprendente... Algunos dicen que ya esperaban unos resultados no muy buenos, pero los datos finales son preocupantes. No quiero entrar en el baile de cifras y porcentajes que nos tienen acostumbrados los diferentes medios de información, solo dejaré un dato: es como si todos los alumnos hubieran perdido un año escolar completo. No es que este informe evalúe los conocimientos de nuestros alumnos. Se fijan en las competencias básicas: comprensión lectora, matemáticas y científicas. Para resumirlo mucho, se basa en si entienden lo que leen y si son capaces de resolver problemas matemáticos básicos. Parece que no lo suficiente. No han tardado mucho los diferentes implicados en la educación en Cataluña en expresar su opinión. Algunos para excusarse, otros para encontrar una explicación. Pero lo que más me ha sorprendido ha sido la sorpresa de unos y otros. Como si no lo hubieran visto venir. Y, en pocas horas, asistimos a un espectáculo mediático donde desfilan expertos y no tan expertos para dar su opinión. Y procuro escucharlos a todos, porque también quiero entenderlo. Hay todo tipo de explicaciones. La más extendida y utilizada es la falta de recursos. Y hay quien ha querido ir más allá atribuyendo los resultados a los recortes de hace más de una década. De hecho, este argumento de los famosos recortes de hace trece años sirve para todos los desastres que sufre hoy en día la sociedad catalana. Hay quien atribuye los resultados al muestreo mismo de las pruebas: parece que se han elegido centros donde había una sobre representación de alumnos migrados. Otras explicaciones recaen en problemas estructurales del mismo sistema, en el malestar del cuerpo docente, en la falta de recursos y en la pandemia. Hay quien centra el problema en los propios maestros y eso es inquietante, pero al mismo tiempo es uno de los argumentos a tener en cuenta. He escuchado muchas tonterías estos días sobre el profesorado, como que están desmotivados y que quizás no saben lo suficiente. El primero me lo puedo creer, pero el segundo me hace dudar. Me niego rotundamente a echarle la culpa a los docentes. En todo caso, lo que se necesita es que se les escuche y que se atiendan debidamente sus preocupaciones y carencias y que uno a uno, los responsables de todas y cada una de las aulas de la totalidad de nuestras escuelas e institutos pongan sobre la mesa qué necesitan para alcanzar sus objetivos. Pero tal vez este problema no sea más que la consecuencia de la involución que están sufriendo los valores en los que hemos sido criados los de mi generación. La cultura del esfuerzo es un buen ejemplo. Y esto tiene mucho que ver con el entorno familiar de nuestros estudiantes. No hablamos de orígenes ni de condición social: hablamos de qué importancia se da a los estudios, al saber, a la cultura y al pensamiento crítico en cada uno de los hogares de nuestros niños y adolescentes. Y mientras tanto, los de arriba lo resuelven todo, haciendo grandilocuentes proclamas en los medios y convocando comisiones que no sirven para nada más que para crear la falsa impresión de que se está haciendo algo. Evidentemente que los de arriba deben hablar de ello, pero que no lo hagan solo entre ellos mismos. Que bajen a las aulas y pregunten directamente a cada profesor, a cada maestro cómo pueden ayudarles. Y por si necesitan un buen propósito de año nuevo, les dejo cinco: leer, leer, leer, leer y leer. ¡Feliz año nuevo!