Mientras estoy escribiendo estas líneas todavía no ha terminado la COP27. Según el programa oficial, el dieciocho de noviembre es el último día, pero se espera que las negociaciones se alarguen durante todo el fin de semana, con la intención de conseguir, como mínimo, un acuerdo de mínimos, válgame la redundancia. ¡Qué triste!
Estoy atenta a las diferentes noticias que llegan de Egipto y tengo la cabeza hecha una maraña, obstruidas las neuronas por las diferentes cifras de datos, las declaraciones de algunos dirigentes, las protestas, las posiciones de algunos países y este año también (novedad!) por el cambio de paradigma que ha supuesto la guerra de Ucrania. Se contraponen los argumentos en favor de la menor emisión de gases de efecto invernadero a los intereses económicos y sociales del mal llamado primer mundo. En pocas palabras, nos preocupa más que no nos falte combustible para pasar un buen invierno que si reducimos las emisiones nocivas para el planeta. Por otro lado, un posicionamiento comprensible, teniendo en cuenta que los humanos somos egoístas y solemos estar más pendientes de nuestro corto plazo que del largo plazo ajeno.
Y a mí, que a menudo me hierve la cabeza, me pregunto si hace falta tanta parafernalia, tanta reunión de tanta gente en un resorte de lujo que habrá costado una millonada. Por no hablar de la huella ecológica que representa todo ello. ¿Cuántas toneladas de emisiones de CO2 ha supuesto todo lo relacionado con esta cumbre? Si hay buena voluntad por parte de todos los países, ¿no sería suficiente reuniones virtuales ahora que ya nos hemos acostumbrado? Se ve que no. No lo consigo...
Recordemos también que el encuentro se produce en un país en el que los derechos humanos sólo se aplican a algunos: hombres y ricos. El resto de hombres no tiene ninguna importancia y si pierden la vida mientras construyen grandes complejos como el que acoge la COP27, no pasa nada. Y si me pongo a hablar de los derechos de las mujeres, nunca terminaría este artículo.
Estos días recuerdo con nostalgia al Capità Enciam y su máxima: Los pequeños cambios son poderosos. Y me viene a la memoria pensando en la energía solar, que parece que finalmente está arrancando con fuerza. También la geotérmica en países donde no tienen tanto sol. Reflexiono... Si en cada uno de nuestros pequeños hogares fuéramos totalmente autosuficientes en materia energética y aún pudiéramos vender los excedentes para cubrir necesidades comunales, ¿de qué estaríamos hablando ahora en Sharm El Sheikh?