El pasado julio la Generalitat de Catalunya aprobó el "Pla Nacional del Llibro i la Lectura" con el objetivo principal de fomentar la lectura de libros en catalán. Se han aprobado más de setenta medidas concretas que comprenden diferentes ámbitos de la vida cotidiana de los ciudadanos y que implican a varios departamentos del gobierno.
Una de las razones que ha impulsado a la Generalitat a emprender este plan son los preocupantes datos de comprensión lectora de los alumnos cuando acaban sus estudios. Uno de cada cuatro no comprenden lo que lee y la mayoría del resto apenas. Yo misma lo pude comprobar el pasado curso escolar durante un voluntariado que hice en el Casal dels Infants de Salt (Girona). En este caso, cabe decir que es extremo, tuve que trabajar con alumnos de cuarto a sexto de primaria que prácticamente no sabían leer.
El hábito de leer, como muchos otros, se consolida desde pequeño y es evidente que, para que se produzca esta consolidación, es necesario primero entrenar la habilidad de comprender lo que escuchamos y lo que leemos. Como ocurre con el deporte. No podemos poner a nadie a correr una maratón en los primeros días de iniciarse en la práctica deportiva. Es de sentido común. Con la lectura ocurre lo mismo. Es necesario entrenamiento y éste debe hacerse desde diferentes ámbitos. No es suficiente con dar un libro a un niño o una niña o ampliar las horas de biblioteca. Tiene que haber un acompañamiento.
El problema de hoy en día es que desde hace años, las pantallas han ganado la batalla de la ocupación de nuestro tiempo libre. Eso vale para todos, pequeños y mayores. Pero es más preocupante ver que esto también ocurre en las aulas. Hace unos años se introdujeron ordenadores en nuestras escuelas por aquello de ser modernos. La justificación fue que los niños debían acostumbrarse lo antes posible a las nuevas tecnologías porque eso es lo que les espera cuando lleguen al mundo laboral. Se empieza a comprobar que, a pesar de que la intención era buena, nuestros niños han perdido más de lo que han ganado con esta medida.
Rememorar costumbres del pasado tomando la cantinela de que antes se hacían las cosas de mejor manera, a menudo parece un ejercicio llevado a cabo por quienes no se han adaptado a los nuevos tiempos. Debo ser de esas porque me viene a la cabeza cómo era estar en las aulas cuando yo era adolescente. Y hoy pienso caer en esta trampa por qué creo, firmemente, que, en ese caso, lo que se hacía era mejor. Tanto a finales de la EGB como cuando hice BUP y COU, en dos escuelas diferentes, teníamos asignaturas en las que teníamos que tomar apuntes. Salía el maestro o la maestra a la pizarra, soltaba su explicación, nos escribía el cuadro sinóptico en la pizarra y nosotros teníamos que tomar apuntes. Llegabas a casa con un montón de hojas escritas en la libreta que prácticamente no entendías y que tenías que apresurarte a pasar en limpio. Si tardabas uno o dos días en hacerlo ya no ni entendías tus propios garabatos.
Esta práctica comportaba la consolidación de varias habilidades:
• Escuchar
• Priorizar
• Resumir
• Ordenar
• Redactar
• Caligrafía
Y lo que es más importante, todo este proceso comportaba que, de forma natural, se fijaran los contenidos en nuestros cerebros. Y como consecuencia directa, aprendíamos a entender lo que leíamos y, por lo tanto, nos podíamos iniciar con facilidad al disfrute de leer cómics o novelas juveniles. Seguramente este modelo es mejorable y no sugiero que debería volver a implementarse. Pero sí deberíamos hacer una reflexión sobre cómo queremos enseñar. Por suerte y gracias a la gran calidad de los maestros y maestras de primaria, todos estos temas ya están sobre la mesa.
Pero para empezar: por favor, saquen las pantallas de las aulas.